domingo, julio 03, 2005

El Salto (2003)

Ya empieza a extrañarte el lado más oscuro de mi mente. Las promesas inconclusas que me atan al pasado. Prometo olvidarlas, prometo olvidarlas. Ya empieza a llover sobre las mismas caras y yo aquí atado a un manojo de espantos, atado a este viejo y roñoso catre, sumergido en una mugrienta posta asistencial, rodeado de enfermos y heridos delincuentes. Mi única compañía es la ventana, toda grasienta y oxidada, que me promete el paraíso perdido de allá afuera, un paraíso que consiste en un largo y grisáceo estacioamiento repleto de autos viejos y de ambulancias dadas de baja.
Aquí estoy de nuevo, atado a mis tormentos y a mis fantasmas, abandonado por quienes alguna vez amé, esperando a un escurridizo donante. Escurridizo, pues el doctor no tiene muchas esperanzas. Él dice que de riñón, pulmón o corazón hay bastantes, pero que de fortuna son pocos, y que quizás ya sea demasiado tarde.
Aquí estoy para variar, muriéndome de a poco, como por goteo. Nadie viene a visitarme, ni siquiera la mujer con quién fuera feliz. La enfermera me cambia el agua sólo cuando se acuerda y estas frazadas apolilladas no pueden ni podrán detener el viento helado por las noches. Mis huesos querían descansar en paz, pero el optimismo de allá arriba quizo que algo saliera mal. Mis sueños se hacen cada vez más incoherentes y siempre despierto en el mismo catre y con la misma sensación de vacío que me inunda todas las noches con muchas más fuerzas. Alejo al lobo de la puerta, pero él siempre me llama por teléfono y me cuenta como va a joderme. Se robará a mis niños si no pago el rescate y no lo volveré a ver otra vez si le digo a la policía. Claro está que nadie aquí me cree la historia del lobo. El doctor dice que es resultado de la fiebre. Ya nada tiene sentido para mí. Estoy perdido en un bosque oscuro y sin posibilidades de salir. Quién sabe cuando me darán el alta, quién sabe que mierda haré cuando salga, quién sabe lo que me estará esperando allá afuera, o quizás quién me esté esperando allá afuera. Ojalá sea ella, la que se escurre por la ventana cada vez que me ataca la melancolía. Puedo ver la luz del sol atravesando el umbral de la gran puerta del hospital y puedo ver el destello de su sonrisa mucho más brillante y fuerte que el sol. Quizás lleva su falda a cuadros y su blusa marrón. Quizás quiera saludarme y recibirme en sus brazos, o más bien habrá pasado frente al hospital por casualidad, ignorando las ansias que tengo de verla. Entonces ya no tendría más dudas, todo me resultaría más claro. Tomaría todas las providencias del caso y ajustaría los detalles que fallaron. Agregaría tres o cuatro pisos más a mi osadía y evitaría subir al edificio a la hora de mayor concurrencia y tráfico, y entonces abriría los brazos y me lanzaría desde lo alto, nublando mi mente, olvidando al mundo, olvidando toda su soberbia y su desencanto.

Siempre me han llamado la atención los hospitales públicos. Siento una mezcla de atración y repulsión... una relación bastante ambivalente. El caso es que este cuento lo escribí en un periodo de mucha melancolía, mezclando esa sensación y la idea de abandono por parte de un ser amado. También lidia con la idea del suicidio, pero por llamar la atención de una mujer... algo bien romanticista, pero de todas maneras extremo y poco recomendable. Fue escrito entre el 2003 y el 2004... no recuerdo bien.

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