Despierta esperanza. Despierta y salta de la cama. Allá está nublado y acá está soleado. A veces me cuestan las palabras. Escribiría en el cielo lo mucho que me encantas. Tus nubes me persiguen cada mañana, me falta tu risa y me falta tu calma. Me agarrabas de tu mano y me secuestrabas por un campo de frambuesas y manzanas. No importaba si yo hablaba con las vacas. Lo irreal de tu presencia todo lo espanta. Hasta mis más oscuros fantasmas, los que rondan por las noches alcoholizadas. Te marchaste en septiembre, yo alenté tu partida, pero me arrepiento por las calles que lloran nuestra ausencia. Serás feliz de conocer el mundo de fantasías. Yo te esperaré aquí, sentado bajo un palto, decorando estrellas con los dedos, marcando estelas de cometas inseguros con los párpados. Quizás alguna lágrima corrompa la piel de mis mejillas, pero la humedad del consuelo habrá de abrir las puertas de la tranquilidad, joya tan preciada y perseguida por el arsenal de mis oscuras y claras motivaciones. Extraño el té con leche y el pan con palta, aquellos vértices delicados que se abrían paso entre tus cabellos rizados. Tus barcos se abrían paso entre la niebla de mis dudas, espolones y cañones de encantos. Explorabas todos los vericuetos que llegaban hasta mi plaza para montar una pirámide imaginaria que levantaba tus manos hacia las mías, sellando palabras, miles de palabras que enardecían nuestras soledades y las exiliaban, dejando un sendero iluminado por donde transitaban nuestras revoluciones, las antiguas y las nuevas, las malas y las buenas. Nadie sabe lo que significa estar aquí, mirando la playa desierta con el recuerdo de tus labios. Nadie sabe lo que es estar allá, mirando el cielo nublado con el recuerdo de mis manos. Pasan las horas, pasan las horas y tú respirando. Pasan los días, pasan los días y yo esperando.
domingo, noviembre 06, 2005
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