jueves, noviembre 17, 2005

En el espiral de mi caída recordé haberme puesto el paracaídas. Las nubes me saludaban con un aire de soberbia dulce, aquella actitud cínica que a veces se confunde de gracia y preocupación. Las gaviotas pululaban como polillas rebotando contra el cristal de una bombilla, salvo que ahora el cielo era aquella esfera contorneada que nos regalaba la luz del sol. Caía y recordaba el otrora Altazor de Huidobro, rebotando contra minúsculas resistencias a cargo de revolucionarias partículas que se negaban al peso de mi cuerpo. Soy pesado, eso ya lo sé. Sin embargo algo en mi intuye el cambio, el paso o la trasmutación hacia un estado incierto pero agradable. Una de las gaviotas que me acompañan se posa sobre uno de mis hombros y me canta una canción. La melodía me traslada a otras tardes, al olor a leche y a vainilla, al oasis de mi infancia, al calor de mi madre, su paciencia y la frescura de su cara. Seguí cayendo mientras despertaba de ese lapsus hermoso. La gaviota cantante ahora me susurraba al oído y rezaba palabras extrañas, en otros idiomas, en otras frecuencias. Su plegaria amoldaba cada uno de los latidos de mi corazón. De pronto un destello de luz se abrió paso entre las sarcásticas nubes que ahora me daban su espalda. El pajarraco ahora me miraba a los ojos y una lágrima caía por un costado de su pico. Mis nervios se endurecieron con una velocidad mística cuando entendí el significado de sus oraciones. Ahora agitaba mis brazos tratando de espantar a la bestia que se negaba a abandonarme. Sus palabras me dañaban y el aleteo de su vuelo despistaba a las sirenas que conmigo volaban. “No va a volver, no va a regresar”. Así comenzaba el rosario de la gaviota, que se clavaba en mi pecho como una vieja revelación. Continuaba escupiendo palabras mientras en vano yo trataba de enterrarlas. Cavaba el foso de la inconsciencia y tapaba el hueco con las flores que nunca me regalaban. Una a una iban cayendo las palabras de la gaviota, pero desde las napas subterráneas se colaban las letras para salir al sol en forma de espinos y plantas. Yo caía también, pero jamás florecía, así que decidí elaborar una maniobra frenética para posarme sobre un arcoiris desteñido que las nubes habían dejado abandonado. Las sirenas continuaron bajando. Yo estaba helado. (continuara...)

No hay comentarios.: